4ºE
Primer trabajo del curso: ahora que llevamos dos semanas trabajando juntos, os toca demostrar que habéis aprendido. Tenéis que demostrarme que habéis entendido todos los conceptos explicados utilizando este relato como pretexto para que ejemplifiquéis todo aquello que expliquéis.
Ánimo.
Fecha de entrega: 6 de octubre de 2016.
El suicida.
Al pie de la Biblia abierta -donde
estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las
cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se
acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y
bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces
disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero
quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas
por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas.
Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en
momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados
por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se
desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las
carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban
su lisitud como el agua después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de
tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres
desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la
ciudad incendiada.
Enrique Anderson Imbert (Argentina, 1910-2000)
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