domingo, 4 de octubre de 2015

"... Acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma"
Reparto: 
Luis García Montero: Adrián Gómez.
Muerte: Fran Benito.
Rafael Alberti: Andrea Carballo
Francisco de Quevedo: Ainara Ramírez.
Pablo Neruda: Paula Bariego.
Juan Ramón Jiménez: Eduardo Vázquez.
José Ángel Buesa: Nerea Muñoz.
Antonio Machado: Irene Bariego.
Garcilaso de la Vega: Jaime Piedrahita.
Fray Luis de León: César Rubio.
Las Musas: Lucía Parages, Evelyn Dobreanu, Andrada Candel, Andrea Orgaz y Erika Martínez. 
Representación del poema de José Miguel Giner: Ángela Sisón y Nerea Garrido.
Representación del poema de Rafa Mora: Paula Bariego, Andrada Candel, Nerea Muñoz y Erika Martínez.
Representación del poema de Marisa Peña: Irene Bariego, Bridgett Navarro, Andrea Carballo, Ainara Ramírez y Aida Morcuende.
Representación del poema de Ricardo Virtanen: Lucía Parages, Andrea Orgaz, Evelyn Dobreanu, y Alejandro Morato.
Representación del poema de José Antonio Pamies: César Rubio, Carlos Sánchez-Pacheco, Eduardo Váquez, Rocío
Representación del poema de Luis García Montero: Adrián Gómez, Jaime Piedrahita, Dani Ramírez, Sergio Gherghely, Pablo Sánchez y Alejandro Burgos.
Representación del poema de Chica Metáfora: todo el grupo.
Tramoyistas: Alejandro Burgos, Alejandro Morato, Alejandro Muñoz, Pablo Sánchez y todos los alumnos que sean necesarios en el devenir de la obra.


Los poemas que serán recitados son los siguientes: 

De Rafael Alberti: 
“Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche la mañana.
Que las estrellas rocío,
que la calor la nevada.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón su casa.
(Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.)”

De Francisco de Quevedo: 
“Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.”

 De Pablo Neruda: 
“Me gustas cuando callas porque estás como ausente, 
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. 
Parece que los ojos se te hubieran volado 
y parece que un beso te cerrara la boca. 
Como todas las cosas están llenas de mi alma 
emerges de las cosas, llena del alma mía. 
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma, 
y te pareces a la palabra melancolía; 
Me gustas cuando callas y estás como distante. 
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo. 
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: 
déjame que me calle con el silencio tuyo. 
Déjame que te hable también con tu silencio 
claro como una lámpara, simple como un anillo. 
Eres como la noche, callada y constelada. 
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo. 
Me gustas cuando callas porque estás como ausente. 
Distante y dolorosa como si hubieras muerto. 
Una palabra entonces, una sonrisa bastan. 
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.”


De Juan Ramón Jiménez: 
“…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando, 
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado.
mi espíritu errará, nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.”

De Antonio Machado: 
“Oh Soria, cuando miro los frescos naranjales 
cargados de perfume, y el campo enverdecido, 
abiertos los jazmines, maduros los trigales, 
azules las montañas y el olivar florido; 
Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles; 
y al sol de abril los huertos colmados de azucenas, 
y los enjambres de oro, para libar sus mieles 
dispersos en los campos, huir de sus colmenas; 
yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares, 
barriendo el cierzo helado tu campo empedernido; 
y en sierras agrias sueño ?¡Urbión, sobre pinares! 
¡Moncayo blanco, al cielo aragonés, erguido!? 

Y pienso: Primavera, como un escalofrío 
irá a cruzar el alto solar del romancero, 
ya verdearán de chopos las márgenes del río. 

¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero? 

Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas, 
y la roqueda parda más de un zarzal en flor; 
ya los rebaños blancos, por entre grises peñas, 
hacia los altos prados conducirá el pastor. 

¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras golondrinas 
que vais al joven Duero, rebaños de merinos, 
con rumbo hacia las altas praderas numantinas, 
por las cañadas hondas y al sol de los caminos 
hayedos y pinares que cruza el ágil ciervo, 
montañas, serrijones, lomazos, parameras, 
en donde reina el águila, por donde busca el cuervo 
su infecto expoliario; menudas sementeras 
cual sayos cenicientos, casetas y majadas 
entre desnuda roca, arroyos y hontanares 
donde a la tarde beben las yuntas fatigadas, 
dispersos huertecillos, humildes abejares!... 

¡Adiós, tierra de Soria; adiós el alto llano 
cercado de colinas y crestas militares, 
alcores y roquedas del yermo castellano, 
fantasmas de robledos y sombras de encinares! 

En la desesperanza y en la melancolía 
de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva. 

Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía, 
por los floridos valles, mi corazón te lleva.

De Fray Luis de León:
“Folgaba el Rey Rodrigo 
con la hermosa Cava en la ribera
 
del Tajo, sin testigo;
 
el río sacó fuera
 
el pecho, y le habló desta manera:
«En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo, ya y las voces,
las armas y el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.
¡Ay! esa tu alegría
qué llantos acarrea, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡ay cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!
Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales;
a los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitaña:
a toda la espaciosa y triste España.
Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.
Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.
La lanza ya blandea
el árabe crüel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.
Cubre la gente el suelo,
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le escurece.
¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.
El Éolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.
¡Ay, triste! ¿y aun te tiene
el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres? ¿Ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?
Acude, acorre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.»
¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!
Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!
El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.”

De Garcilaso de la Vega:
“[…]
Cerca del Tajo en soledad amena
de verdes sauces hay una espesura,
toda de yedra revestida y llena,
que por el tronco va hasta la altura,
y así la teje arriba y encadena,
que el sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido
alegrando la vista y el oído.

Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba,
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos de oro fino,
una ninfa del agua do moraba
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombra lleno.

Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
el suave olor de aquel florido suelo.
Las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo.
Secaba entonces el terreno aliento
el sol subido en la mitad del cielo.
En el silencio sólo se escuchaba
un susurro de abejas que sonaba.
[…]”

De José Ángel Buesa: 
“Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,
y tú te irás borrando lentamente en mi sueño.

Un año y otro año caerán como hojas secas
de las ramas del árbol milenario del tiempo,

y tu sonrisa, llena de claridad de aurora,
se alejará en la sombra creciente del recuerdo.

           
Yo seguiré soñando mientras pasa la vida,
y quizás, poco a poco, dejaré de hacer versos,

bajo el vulgar agobio de la rutina diaria,
de las desilusiones y los aburrimientos.

Tú, que nunca soñaste más que cosas posibles,
dejarás, poco a poco, de mirarte al espejo.

               
Acaso nos veremos un día, casualmente,
al cruzar una calle, y nos saludaremos.

Yo pensaré quizás: «Qué linda es, todavía».
Tú, quizás pensarás: «Se está poniendo viejo».

Tú irás sola, o con otro. Yo iré solo, o con otra.
O tú irás con un hijo que debiera ser nuestro.

               
Y seguirá muriendo la vida, año tras año,
igual que un río oscuro que corre hacia el silencio.

Un amigo, algún día, me dirá que te ha visto,
o una canción de entonces me traerá tu recuerdo.

Y en estas noches tristes de quietud y de estrellas,
pensaré en ti un instante, pero cada vez menos.

             
Y pasará la vida. Yo seguiré soñando,
pero ya no habrá un nombre de mujer en mi sueño.

Yo ya te habré olvidado definitivamente,
y sobre mis rodillas retozarán mis nietos.

Y quizás, para entonces, al cruzar una calle,
nos vimos frente a frente, ya sin reconocernos.

             
Y una tarde de sol me cubrirán de tierra,
las manos, para siempre, cruzadas sobre el pecho.

Tú, con los ojos tristes y los cabellos blancos,
te pasarás las horas bostezando y tejiendo.

Y cada primavera renacerán las rosas,
aunque ya tú estés vieja, y aunque yo me haya muerto.”