viernes, 29 de noviembre de 2019

ROMANTICISMO
YO QUIERO SER CÓMICO

TRADICIÓN CONTRA PROGRESO
UNA ENCRUCIJADA: LA ILUSTRACIÓN CAMINANDO HACIA EL ROMANTICISMO
ROMÁNTICO POR INSTINTO... ILUSTRADO POR EDUCACIÓN



A continuación os dejo una breve reseña de algunos de los Artículos de Mariano José de Larra. Lo que se pretende con esta actividad es que lo conozcáis un poco más. Así, tras haber leído, quiero que escribáis un texto en el que describáis al Larra al que os imagináis. 

Corrida de toros (1828) 
Este artículo sobre la llamada “fiesta nacional” demuestra el entronque de las ideas de “Fígaro” con las de Jovellanos, precedente suyo en el ataque contra la diversión taurina. Larra hace una concisa historia del la historia del toreo y traza luego un vivo cuadro condenatorio por la crueldad y mal gusto en que ha degenerado el espectáculo. 

Donde las dan, las toman (1832) 
Muestra Larra en este artículo sus conocimientos etimológicos, señalando cómo el español se ha formado a partir del latín con préstamos de otras lenguas e invenciones populares. Postula el uso como único legislador en materia de lengua, pero el uso de los mejores, pues el pueblo estropea las cosas. Defiende el préstamo y el neologismo, porque las palabras se gastan y hay que renovarlas. 

Manía de citas y epígrafes (1832) 
Contra la manía de insertar citas extranjeras para probar lo que ya está dicho en castellano.

El casarse pronto y mal (1832) 
En este artículo opone Larra el sistema educativo tradicional de España y el nuevo de Francia. Condena a aquel, basado en la rutina, y a este por ser extraño a las costumbres del país. ¿Solución? Una educación honesta fundamentada en valores morales serios. 

Carta a Andrés Niporesas, escrita desde las Batuecas por el Pobrecito Hablador (1832) 
Tras destacar la rusticidad de la nación, Larra intenta resolver el siguiente dilema: «¿No se lee en este país porque no se escribe o no se escribe porque no se lee?» Su conclusión es que ni se escribe ni se lee, los editores pagan mal, el público no compra libros, el escritor no coge la pluma, confirmándose así el desprecio general por las humanidades.

El castellano viejo (1832) 
Larra odiaba a la gente inculta y vulgar; pero no a los que tenían la desgracia de no haber recibido una buena educación, sino a los que, pudiendo cultivarse, no lo hacían. Sobre este asunto, su artículo más famoso es el titulado "El castellano viejo", sobre la rudeza de las costumbres españolas tradicionales. «Tiene como modelo la Sátira III de Boileau, que es a su vez imitación de Horacio. Varios son los detalles de la sátira que perduran en el artículo: el convite a comer y la repugnancia del invitado a aceptar, las personas que iba a amenizar la comida y no acuden, la estrechez de la mesa, la comida engorrosa, la depredación final del invitado al escapar. Pero el lector nota inmediatamente que en el artículo de Larra hay un movimiento y una vida que faltan por completo en la sátira de Boileau. En esta, como en otras composiciones clásicas semejantes, todo parece estático; un conjunto, un cuadro cuyos personajes están quietos como esperando el momento del retrato. A lo sumo una sonrisa irónica y despectiva por parte del invitado y unos criados que entran a servir con la ceremoniosa lentitud de una procesión. En la comida del castellano viejo, presentada como está con todos sus incidentes cómicos, hay movilidad y gracia ausentes en la otra.» 

 ¿Quién es el público y dónde se encuentra? (1832) 
Panorámica del hombre-masa: ese hombre pierde el tiempo en futesas, gusta de comer mal y habla de lo que no entiende. 

En este país (1833) 
Critica al extranjerizante que por presunción desdeña al propio país. 

La fonda nueva (1833) 
El artículo trata sobre la monótona existencia de la clase media, cuyas diversiones, fuera de los toros y su poquito de teatro, se reducen a las expansiones del santo, la boda, el nacimiento y el empleo, y a comer de fonda de cuando en cuando. Critica Larra a aquellas personas que les gusta comer en las fondas, cuando el mejor lugar para hacerlo es la casa de uno mismo. El artículo comienza con unas reflexiones de Larra sobre el tema del comer en España. Después, llega un francés a casa de nuestro autor, y quiere divertirse un poco por la ciudad, pero por palabras de Larra, se da cuenta que en nuestro país no se festeja más que los toros. Larra se desvía un poco de la cuestión anterior y cuenta que un amigo suyo lo llamó para ir a comer a la fonda. Aunque no quería asistir a tal despropósito, no pudo negarse. Larra se da cuenta de que todas las fondas son iguales porque ofrecen un pésimo servicio. Sin embargo, llegó a una nueva, la cual aparentaba una mejor calidad que las otras. Pero pronto se percata de que es igual a las demás en todos los aspectos. El sujeto lírico de este artículo es el propio Larra, que narra los hechos en primera persona, ya que es un narrador interno, que interviene en la misma narración. Recibe el grado de protagonista y omnisciente, pues es capaz de saber todo sobre la historia, desde los aspectos más generales hasta la psicología de los personajes. 

Variedades críticas (1833)
Larra critica aspectos de la vida española, pero con afán perfeccionador, para conseguir un país mejor, no por un espíritu derrotista. Se opone a los extranjeros que, tras un viajecito de ocho días por España, regresan contando horrores y falsedades. Critica a los españoles que creen que todo lo malo está aquí y con un «¡cosas de España!» quieren justificarlo todo. 

Vuelva usted mañana (1833) 
Famoso artículo en el que critica la lentitud y pereza de la administración del Estado. Caricatura literaria de la burocracia. No pocos de los rasgos que pinta Larra siguieron siendo válidos por largo tiempo. «Pero si a Larra le resulta fácil la burla es porque procede por contraste, contraponiendo al acelerado ritmo de vida que la burguesía había impuesto en los países de la revolución industrial, la pereza, la falta de actividad de una sociedad como la española, muy alejada todavía del afán capitalista. Pues el capitalismo burgués había descubierto que el tiempo era realmente dinero, y que la rapidez en la manufactura y el comercio era esencial para la obtención de mayores beneficios, cuando en vez de los antiguos monopolios del Estado, operaban empresas que competían entre sí. [...] No falta tampoco, en pasajes que nada tienen de burlescos, la referencia a la suspicacia nacionalista, que solo veía en el extranjero al explotador. Larra hace ver, en cambio, las ventajas que ha producido en otros países. Una vez más la sátira está al servicio de la preocupación patriótica de Larra, favorable siempre al adelantamiento material, no menos que al intelectual de su país.» 

El mundo todo es máscara (1833) 
La sociedad es un engaño absoluto donde todos fingen y mienten. 

Los amigos (1833) 
Es imposible hacer verdaderos amigos, porque todos buscan su provecho. 

Don Cándido Buenafé (1833) 
Sátira del joven petulante que dice «yo y Chateaubriand pensamos del mismo modo».

Don Timoteo o el literato (1833) 
Ataca al crítico engreído, pedante y hueco. Es el retrato de un santón literario que adquiere renombre sin merecimiento alguno. 

Los tres no son más que dos y el que no es nada vale por tres (1834)
 Farsa quevedesca en la que Larra critica la existencia de tres partidos: el tradicionalista, al que acusa de retrógrado; el progresista, al que condena por ambición, y el centro, pasivo, al que niega verdadera entidad, pero que resulta el más importante por su número. Este centro o liberalismo moderado (“moderantismo”) estaba representado por Martínez de la Rosa y es el objeto constante de los ataques de Larra. Tales ataques, sin embargo, no comienzan hasta después de septiembre de 1834, a raíz de la crisis, pues en abril reseña La conjuración de Venecia y elogia a su autor y el Estatuto Real. 

Dos liberales o lo que es entenderse (1834) 
Contiene una violenta crítica del autor del Estatuto Real, quien justificaba su posición pacata y transigente por miedo a la anarquía y a la consiguiente reacción absolutista. 

La vida de Madrid (1834) 
Trata sobre el vacío de la ociosidad en que vive un señorito madrileño. Nada vale nada, el hombre está destinado a la muerte sin que sepa lo que le espera después, nadie es ni puede ser feliz. “Esto último bastaría a confundir a un ateo si un ateo al serlo no diera ya claras muestras de no  tener su cerebro organizado por el conocimiento; porque solo un Dios y un Dios todopoderoso podía hacer amar una cosa como la vida”. 

¿Entre qué gentes estamos? (1834) 
Violento ataque al comportamiento grosero de funcionarios públicos y privados. 

La calamidad europea (1834) 
Todos los males españoles provienen de la intervención extranjera, siempre de signo opuesto a las necesidades del país. El fanatismo religioso y la superstición han terminado con los brotes de inteligencia. Tanto los absolutistas como los liberales son absolutistas. El becerro de oro emponzoña. El punto esencial de este artículo es que los hombres son mitad víctimas, mitad sacrificadores; la calamidad viene de la preocupación religiosa; de la superstición, del fanatismo: “Sobre la sangre humeante de los autos de fe nace la política, y con ella el soñado equilibrio de los reinos”. 

Baile de máscaras (1834) 
«Es de esperar que el sentido común venza por fin la resistencia que ideas ridículas de intempestiva aristocracia parecen oponer todavía entre nosotros a la igualdad y publicidad que reina en esta diversión, aun en tiempo en que dicen que la libertad tiende sus alas protectoras sobre todas las clases indistintamente.» 

Ventajas de las cosas a medio hacer (1834) 
En España nunca se hacen las cosas decisiva, radicalmente, de una vez para siempre. De ahí ese eterno tejer y destejer, ese eterno viaje del liberalismo al absolutismo, del absolutismo al liberalismo, sin que en realidad cambien las estructuras. En España nada pasa de moda, nada se transforma, nada envejece, porque nada vive. 

Cuasi (1835) 
En este agudo artículo, recude Larra el mundo a palabras y divide estas en varias categorías: palabras-calle, palabras-manifiesto, palabras-monstruo. La gran palabra del tiempo es cuasi: todo es cuasi en todas las naciones, pero especialmente en España, donde existe «un odio cuasi general a unos cuasi hombre que cuasi solo existen en España.»

Una primera representación (1935) 
Trata del fracaso de un auto novel, que hace recordar La comedia nueva, de Moratín. Artículo fundamental en muchos aspectos por ser un magnífico panorama de la situación del teatro por dentro y fuera: tipos de comedias, censura, precios, comentarios. 

Literatura (1836) 
En este artículo se encuentra la mejor y más completa exposición de las ideas literarias de Larra. Fue publicado en El Español. Expone los principios que rigen su crítica y sus ideas generales sobre la literatura española: La literatura tiene que ser manifestación de la verdad en cuanto ha de dar una imagen universal de las pasiones humanas; la literatura debe ser útil, no vana retórica; «la literatura es la expresión, el termómetro verdadero del estado de civilización de un pueblo.» Libertad en literatura, como en la industria, como en el comercio, como en la conciencia. Hay que aplicar el credo liberal a todas las esferas de la actividad humana. Relatividad del gusto: «No conocemos una escuela exclusivamente buena, porque no hay ninguna absolutamente mala». Condena el purismo: «El purismo o estancamiento del idioma es absurdo, porque la lengua ha de reflejar el progreso de la civilización.» Sobre la literatura española dice: «Impregnada de orientalismo que nos habían comunicado los árabes, influida por la metafísica religiosa, puede asegurarse que había sido más brillante que sólida, más poética que positiva.» La Contrarreforma, según Larra, con el advenimiento de una tiranía político-religiosa, la hirió de muerte, al matar la libertad, haciéndola imaginativa, quitándole todo carácter de utilidad y progreso, si se exceptúa a Cervantes y Quevedo. Los afrancesados del siglo XVIII se limitaron a introducir otra cosa, pero sin españolizarla, sin enlazarla con la tradición, con lo que «nos hallamos al fin de la jornada sin haberla andado.» 

El día de difuntos (1836)
 Al final, la sátira de Larra se transforma en elegía. En este artículo, el autor entra como personaje desde el principio hasta el final del artículo, igual que en El castellano viejo; pero aquí no hay cuadros burlescos, sino tétricos, por reiterada que sea la nota irónica. «Abrumado por una melancolía de que “sólo un liberal español puede formarse idea”, revolviéndose en su sillón, “sepulcro de todas mis meditaciones”, el clamor de las campanas, que también “iban a morir a manos de la libertad”, anuncia la llegada del Día de difuntos. Fígaro se lanza a la calle y ve a las gentes dirigirse en larga procesión al cementerio. Pero piensa que el cementerio no está fuera, sino dentro de Madrid. Va recorriendo diversos lugares de la ciudad, y en cada uno de ellos encuentra un sepulcro. En el frontispicio de Palacio estaba escrito: “Aquí yace el trono, nación en el reinado de Isabel la Católica, murió en La Granja de un aire colado”. En la Armería Real yace el valor castellano; en los Ministerios, media España. Más adelante verá en la cárcel, adonde van a parar los que disienten, reposar la libertad de pensamiento; en Correos, la subordinación militar –alusión al levantamiento del capitán Cardero, que quedó impune–; en la Bolsa, el crédito público; la Imprenta Nacional –de donde salían las publicaciones oficiales–, sepulcro de la verdad; los teatros, sepultura de los ingenios españoles, etc. Obsérvese que en este cementerio no reposan personas, sino conceptos generales o instituciones, pues no eran los hombres lo que importaba señalar como otras veces, sino el sistema establecido ayer por todos los liberales y hoy ya muerto y sepultado. Fígaro quiere salir del cementerio y refugiarse en su propio corazón “lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos”; pero su corazón no era más que otro sepulcro con este espantoso letrero: “Aquí yace la esperanza”. 

Horas de invierno (1836) 
Larra comenta la postración y decadencia de España, de la que nadie se acuerda sino para mal, y estampa una de sus frases más conocidas: «Escribir en Madrid es llorar.» Porque al escritor español nadie le hace caso ni de fronteras adentro ni de fronteras afuera; es llorar, porque todo lo que ha de esperar en recompensa es ir a la cárcel. 

Para los autores de la Constitución de Cádiz (1812)
La ley política era el supremo bien; para Larra no bastaban sabias Constituciones. Lo que el liberalismo debía fomentar era el “adelantamiento” del país en todos los órdenes, no sólo en el político. Larra era consciente del bajo nivel cultural de la España de su tiempo. Manifiesto era tanto el atraso científico, como la indigencia de ideas entre la gente de pluma, ya escribieran novelas, dramas o crítica literaria. El liberalismo que Larra propugnaba había de estar dirigido a la inteligencia. «Mas en “Horas de invierno” ya no hay lugar para el optimismo. “Lloremos, pues, y traduzcamos”. Al final del artículo vuelve Larra a la sátira del mundo cotidiano de Madrid, aquel mundillo tan desmedrado e indiferente con el escritor. “¿Qué haría con crear y con inventar? Dos amigos dirían al verle pasar por el Prado: “¡Tiene chispa! Muchos no lo dirían por no hacer esa triste confesión”.»  Al día siguiente de publicarse “Horas de invierno” aparecía: La Noche Buena de 1836. Yo y mi criado. Delirio filosófico Esto artículo, junto con “El día de difuntos”, escritos pocos meses antes de su muerte, representan el grado extremo del progresivo abatimiento y la desilusión progresiva de Mariano José de Larra: «El cementerio está dentro de Madrid, donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo. Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Una noche sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas.» «Un ejemplar más de sátira antigua profundamente transformada por Larra. En Horario es un esclavo el que aprovechándose de las fiestas saturnales usa de la libertad verbal que en aquella ocasión se le concedía para decirle cuatro verdades a su amo. Aquí es el criado del escritor. El criado que con sus palabras va a destruir el subtítulo del artículo “Yo y mi criado”, inversión del orden establecido por la urbanidad, que obliga a colocar el “yo” en segundo término. Larra explica en una nota la razón por la cual se pone él delante de su criado, sin desperdiciar la ocasión de lanzar un alfilerazo a don Agustín Argüelles, que hablando de su viejo amigo y compañero de emigración Gil de la Cuadra decía siempre, como era de rigor, “Cuadra y yo”. Pero las palabras del criado, que en su embriaguez hace ver a su amo cuán equivocado está creyéndose superior a él, no las pronuncia hasta bien avanzado el artículo. [...] La distancia que separa a Larra de los costumbristas, en pocas partes puede verse mejor que aquí. La descripción de la Nochebuena con su ajetreo callejero, sus comestibles amontonados, la risa y la algazara no es un cuadro pintoresco; es, por el contrario, un cuadro trágico. El de una humanidad que celebra comiendo, bebiendo, divirtiéndose la máxima fiesta de su religión, mientras se proyecta siniestramente sobre toda aquella alegría el fantasma colosal del Norte, no llevando a su boca alimentos, sino cartuchos humeantes. Es sorprendente que la guerra carlista dejara tan escasa o fugaz huella literaria entre los contemporáneos. Para Larra, la guerra civil se convirtió en una obsesión. Puede decirse que está presente en la mayor parte de sus escritos políticos, primero burlescamente, al final trágicamente. Al principio el carlismo es un fenómeno anacrónico, nada serio, que se presta a la ironía. De ahí, luego, la dolorosa sorpresa al encontrarse con una fuerza considerable que se enfrentaba con el liberalismo español y amenazaba destruirlo. La guerra carlista era el más grave obstáculo para la recuperación de España. Pero el artículo no acaba con la imagen de Bilbao. Tiene una segunda parte, más extensa, que concierne solo al autor y a su criado. El cual, ya ebrio, dice la verdad y se convierte en la conciencia acusadora del escritor. Y uno a uno va destrozando implacablemente los objetos en que funda este su pretendida superioridad: política, gloria, saber, poder, riqueza, amistad, amor. En el fondo se trata de una confesión. Larra ha visto hundirse sus aspiraciones políticas y deshacerse sus ilusiones amorosas. Sucumbe, como otros románticos, por haber puesto sus deseos más allá de lo realizable. El artículo acaba con “una lágrima preñada de horror y desesperación” que anticipa la “sangrienta lágrima de fuego” de Espronceda.»
          El 13 de febrero de 1837, fracasado un nuevo intento de reanudar sus relaciones amorosas con Dolores Armijo, casada y con un hijo del conocido abogado Manuel María de Cambronero, Larra se suicidaba. 

"Escribir en Madrid es llorar; es buscar una voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta".





No hay comentarios:

Publicar un comentario